El Perfume

902572“Su figura no le interesaba; no existía para él como cuerpo, sólo como una fragancia incorpórea”

La figura del asesino serial, causa entre la mayoría de personas una mezcla de emociones y sentimientos, que oscilan entre el horror y la repulsión, hasta la fascinación morbosa. En el ámbito de la literatura, no han sido pocas las obras que han versado acerca de la figura de estos macabros personajes, pero muy pocas de ellas lo han hecho bajo un enfoque tan original y sugestivo, como la novela con la cual inauguramos nuestra sección de reseñas literarias. Obra publicada en 1985, y que se convirtió en poco tiempo en un clásico contemporáneo; se trata de “El Perfume: Historia de un asesino” (Das Parfum: die geschichte eines mörders), la primera novela del escritor alemán Patrick Süskind.

“El Perfume”, es esencialmente una reflexión acerca del omnipresente y a la vez desconocido mundo de los olores, presentado a través del protagonista de la historia, un individuo con dos características muy remarcables: La primera, resulta ser la posesión de un sentido del olfato hiperdesarrollado hasta la exacerbación. La segunda, es que carece absolutamente de cualquier ápice de olor corporal. La premisa resulta del todo original, especialmente si tenemos en cuenta, que nuestra sociedad está regida por patrones y reclamos eminentemente visuales, y en menor medida auditivos. Sigue leyendo

Muerte

40660_416229263778_629808778_4880545_6142422_nSiempre sola, caminando deprisa. Su paso grácil y elástico, la pose altiva, y la mirada henchida de fría superioridad.

Hierática, Inmutable. Más vieja que las mismas estrellas, contempla con altanería y desdén a la humanidad evanescente.

Humanos. Tan frágiles, efímeros, y sin embargo tan ridículamente orgullosos de su condición y de sus logros.

Desdeñosa, riese ella para sus adentros, mientras pasea por, supuestamente, grandes y poderosas ciudades de amplias avenidas y tentaculares redes de carreteras .Cuan poco significan para ella, pues ha visto alzarse y caer poderosos imperios en la juventud del mundo, incontables eones antes del periodo que la humanidad se ha empeñado en bautizar como «prehistoria».

Alza la vista al cielo, y contempla las estelas de esos pobres artefactos voladores: Ingenios torpes, sucios, rugientes, y arcaicos; Inexplicable orgullo del ser humano, que proclama de modo exultante que son una prueba más de su dominio sobre los elementos y las leyes naturales.

La plaga humana, ignora, aferrándose a su profunda estulticia, y a causa de su reducido lapso vital, los orgullosos tiempos en que sus ancestros viajaban surcando el universo, hasta remotos confines, allende los velos del instante primigenio, que su conocimiento actual es incapaz de hollar o tan siquiera discernir.

Así les contempla ella, cual especímenes bajo la lente del microscopio. Ora con cínico humor, ora con franco desprecio. Siempre con el vago fantasma de la tristeza del que se siente solo, transcurre su vida entre esta masa ignorante, que resulta tan ingente en número como ínfima en sabiduría.

Les ha visto nacer, y les verá morir, pues está dictado que no conocerá la paz y el reposo eterno, hasta que no se haya extinguido la postrera luz de la última de las estrellas.

Seguirá aquí, vagando entre extraños mientras aguarda su hora. La pretenderán, será causa o consecuencia de envidias y codicia, la amaran ciegamente o la odiaran con desesperación. Le darán mil apelativos, y jamás ninguno será el correcto…

Pues ella sabe, que ni siquiera ya el viento recuerda su nombre.